Después de dar una vuelta por Valpo y ver como anochece, decidimos ir a cenar…y como en la película de Amélie, la tarjeta vibra en mi bolsillo…llegamos a Héctor Calvo 331, en el cerro Bellavista, y des de fuera vemos un cálido local. Nos recibe en la puerta un señor de tez rosácea y pelo blanco que nos invita a pasar.
Antes de cenar conversamos un poco, pero es sobre todo con la sobremesa que Otto, de quien conocemos su nombre justo antes de irnos, nos regala uno de los momentos más bonitos del viaje.
Pero no es él sólo quien viaja, somos los otros quienes nos maravillamos de conocer a un abuelo con tantas ganas de conocer y de contar, de saber y de regalar…nos cuenta anécdotas de su juventud, de momentos difíciles de su país, de los viajes (físicos) que le gustaría hacer…y nos pregunta, nos cuestiona, nos hace pensar…y llegar a la conclusión que es un GRAN hombre…transmitiéndonos el deseo de querer vivir con la misma plenitud e intensidad que él nos ha mostrado, tanto ahora como al llegar a su edad…
Salimos embriagados de felicidad, no sólo Otto (nombre de bautizo Enrique) es el abuelo que todos querríamos tener (aunque debo decir que yo tengo una abuela que sería su versión en femenino) sinó que nos encanta la relación que toda la familia tiene…conocemos a sus tres hijos, uno de ellos es el cocinero del restaurante, y también a una nieta…y entendemos que Otto, y su café, son el ombligo de esta familia tan rica.
Para colofón, nos regala un souvenir muy lindo que él mismo hace: un cerro de madera con casitas de colores…un recuerdo físico que colgaremos en nuestro comedor en Barcelona.
Mir
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